Una sola es la justicia
Hay modos diferentes de malos regímenes políticos, pero en su grado superior, una sola es la justicia frente a una injusticia siempre diversa.
Esta exposición aborda la reedición de Politeia. Un estudio sobre la República de Platón, del académico, profesor, traductor y escritor Óscar Velásquez (1939), en relación con la actual crisis que viene desarrollándose en Chile ostensiblemente a partir de octubre de 2019, y con el devenir del Proceso Constituyente en medio de ésta, como en un abismo. Uno de los componentes de dicha crisis es de orden jurídico e institucional. Por lo tanto, la reedición de esta obra acerca de la República es muy pertinente en el presente momento histórico, ya que ambas se refieren tanto a la cuestión del orden político como a la necesidad de la filosofía para evitar su ruina.
1. La propia voz y la escritura
La primera edición de Politeia. Un estudio sobre la República de Platón, a cargo de Ediciones Universidad Católica de Chile, apareció en 1997. Su presente reedición, a cargo de la Asociación Cultural Diadokhé, ha sido revisada, corregida, actualizada y aumentada, y consta de tres secciones: “Comentarios Preliminares”, “Presentación Analítica de la Obra”, basada en The Republic of Plato (1902) de James Adam, y “Temas de Estudio”, referida a asuntos específicos de la República. Fue pensada para los estudiantes, tanto universitarios como más jóvenes, profesores y estudiosos de la obra de Platón. Además de aportar sus propias traducciones, Velásquez introduce palabras griegas en su estudio “con la benigna intención de ayudar un poco al que sabe, sin entorpecer al que ignora”1, lo que revela su talante como formador, interesado en compartir sus conocimientos, con apertura, generosidad y claridad.
Según el autor, se trata de un estudio personal y una meditación acerca de la República. De ahí su énfasis en determinados asuntos, tales como: la preocupación de Platón por el mundo sensible y su diversidad, y cómo llegar a entenderlo; la preponderancia de la imagen, la alegoría, la analogía, el símbolo y el mito como aspectos constitutivos del conocimiento; la relación entre el alma y la polis, el individuo y la sociedad; la ruina de un sistema político y sus causas; el mal y el bien congénitos; y, por último, la necesidad de un referente espiritual y trascendente superior que permita la instauración de un orden estable en el mundo sensible, cuyo horizonte sea la justicia y la Idea del Bien.
Velásquez plasma aquí una voz propia, por medio de una escritura decantada, pausada, transparente, sobria, sin adornos ni efectismos, que sólo es posible alcanzar luego de muchos años de dedicación, concentración y meditación, no sólo en un trabajo intelectual y reflexivo sostenido, sino también en términos personales e internos. Así, su enfoque en determinados asuntos y su argumentación acerca de sus opciones de traducción, muestran en él una posición diferenciada—frente a cuestiones controvertidas como la esclavitud y la soberanía, por ejemplo2—, lo cual contribuye a orientar mejor a sus lectores, en medio de un campo tan vasto de investigación como la obra de Platón, incluidos aquellos estudiosos no necesariamente especializados en lenguas clásicas.
Tal diferenciación, de orden más bien espiritual, es uno de los grandes aportes de este estudio. En efecto, la escritura de Velásquez tiende a una cierta reiteración, configurándose así un ritmo interno en torno a la cuestión de la Idea del Bien, pero incorporando nuevos matices en sus meditaciones y reflexiones, como si su propia obra hubiese sido, y continuase siendo, una búsqueda de ese “camino hacia lo alto” (Rep. X 621c)3, encarnada en una vida de esta época, la suya propia, en medio de la vasta crisis que afecta a Chile y el mundo, expuestos a la corrupción, la ruina y el colapso.
2. Una sola es la justicia
La polis o politeia —expresión que significa “constitución política” o “régimen de gobierno”— alcanza su virtud o excelencia (areté) con la instauración de la justicia, tanto en lo privado como en lo público. Platón entiende la justicia en términos de hacer lo propio de sí mismo, en el sentido de realizar la propia naturaleza (physis). Esto supone capacidad de autoconciencia y autoconocimiento, capacidad introspectiva y disposición a aprender. Llegar a hacer lo propio de sí mismo, en cuanto virtud o excelencia, se aproxima a la realización de la vocación profunda de cada uno. Y la alegría de alcanzar dicha realización, luego de penosos esfuerzos, dilemas y laberintos, es una manifestación de esa justicia, cuyo referente último es la Idea del Bien, ya que un proceso tal implica un conocimiento radical de las propias posibilidades y limitaciones respecto de sí mismo, de los otros y del mundo. Por lo demás, la justicia así entendida apunta a un sentido de la responsabilidad personal, necesariamente unido a un recogimiento del individuo, en busca de un discernimiento acerca de sus decisiones, identidad y experiencia de mundo.
Variabilidad, devenir, contingencia, generación, inestabilidad, desintegración, precariedad, deterioro, vicio, enfermedad, corrupción, decadencia, ruina, caducidad, finitud y muerte, son una preocupación central para Platón. En discusión con el historicismo que Karl Popper (1902-1994) le atribuye, Velásquez enfatiza la preocupación de Platón por el peso de la realidad sensible, en relación con el devenir político, cuyo foco es el permanente peligro de desintegración social que acecha a cualesquiera organizaciones sociales. En efecto, Platón se pregunta de qué manera una ciudad que practica la filosofía puede evitar su destrucción (Rep. VI 497d). De ahí, la necesidad de estabilidad y equilibrio en y para la polis, sobre la base de la “búsqueda de los objetos supremos”4, en términos de Velásquez; esto es, las Ideas, en sí inmutables. La respuesta de Platón surge a partir de su proposición de una relación de analogía y correspondencia entre el individuo y la sociedad, el alma y la polis, las almas y los sistemas de gobierno. Y en cada uno de estos casos debe gobernar lo mejor; esto es, la virtud o excelencia identificadas con la justicia, cuya causa es la Idea del Bien.
No obstante la enorme distancia temporal y espacial que separa la época actual de Platón, la profundidad de sus concepciones irradia, iluminando la crisis actual y su abismo, en su más vasta envergadura.
Por un lado, hay una crisis mundial que se muestra como crisis integral de lo humano, cuya difícil diferenciación pareciera estarse extinguiendo, determinada, a lo menos, por factores tales como: sobrepoblación mundial, progreso y crecimiento ilimitados, entreguismo a la sociedad de consumo con sus lacras y proliferaciones, y catástrofe medioambiental. Y, por otro lado, hay en Chile una crisis de orden moral, espiritual, jurídica, institucional, económica, política, social, sanitaria, migratoria, medioambiental e hídrica, que perdura hasta ahora como pendiente a la barbarie, ramificada y sin límites. Se hizo ostensible en octubre de 2019, pero distintos procesos de disolución, tanto naturales como humanos, ya se habían hecho patentes con anterioridad a esta fecha (como el cataclismo de 2010, el megaincendio de 2014 en Valparaíso, el megaincendio forestal de 2017 en el sur de Chile, el avance y exitismo del narcotráfico, y la corrupción institucional, entre otros), aunque sin mayores repercusiones en lo concerniente a la pretendida estabilidad del país, pese a la enormidad y gravedad de tales acontecimientos.
Ahora bien, un inquietante asunto abordado en este estudio es la decadencia y ruina de un sistema político, cuyas causas, para Platón, son internas y congénitas. Según Velásquez:
Lo que estaba en el origen de un sistema continúa en el desarrollo en la plenitud de las formas diversas de gobierno, llevando consigo implícitas las posibilidades de colapso.5
¿Cuáles serán las oscurísimas causas internas del actual y patente proceso de disolución o autodestrucción de Chile? ¿Cómo llegó a esta situación? ¿Cuál será la cifra de su mal congénito6?
Para el caso de la historia reciente, una respuesta posible es: el origen barbárico de la Constitución de 1980, cuya impronta ha pervivido durante la postdictadura, sobre todo bajo la forma de la impunidad y del privilegio de la impunidad de los amos. Primero, respecto de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura y, luego, expandida en distintos niveles, transversalmente, como un veneno que hubiese brotado desde dentro, a través de formas de trato cotidianas y sólo en apariencia civilizadas, en lo privado y en lo público.
Pero esa impronta barbárica ha permanecido hasta el presente, en que el actual sistema jurídico, institucional y político muestra ostensibles signos de disolución y descomposición, ante la muy incierta expectativa de una pretendida “refundación de Chile”, conforme a la expresión de convencionales que nunca han mostrado una posición clara frente a la escalada de la violencia en curso, a partir de los eventos de octubre de 2019.
De otra parte, el origen mismo del Proceso Constituyente es sumamente dudoso. Unos se aferran al Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución del 15 de noviembre, instaurado tras la enorme concentración del 25 de octubre de 2019 en el centro de Santiago, bajo el discutible supuesto de su carácter civilizado. Otros, validan abiertamente la extorsión, la destructividad y la violencia desatadas. Mientras que un sector, no menor en número, no se pronuncia, ni se ha pronunciado —ni se pronunciará—, pasando sistemáticamente en silencio los hechos vandálicos y sus perdurables consecuencias ruinosas, materiales y morales. O, a lo más, culpando mecánica, repetitiva y unilateralmente de todo al gobierno o a la policía, en favor de un discurso exculpatorio, victimizador, vociferante y manipulador en torno a la “dignidad”, la “inclusión” y los “derechos”.
En este sector se encuentran no pocos intelectuales y académicos chilenos, incluso extranjeros. Ese silencio acusa una especie de homogeneización y nivelación del pensamiento, como parte de un fenómeno de más vasto alcance y muy oscuro, el cual pudiera ser descrito en términos de un pensamiento que no piensa o un pensamiento sin alma; esto es, un pensamiento que piensa sólo en apariencia, o limitada y superficialmente, aunque encubierto por su apariencia de tal, como, por ejemplo, en el caso del intelecto calculador. Su eficiencia puede observarse en el mercado académico con sus burocracias y algoritmos recalcitrantes, o en la creciente preocupación de las universidades por los “fines productivos y sociales” del conocimiento, sin más. Este intelecto utilitario también es ostensible en el analfabetismo funcional de los tecnócratas. E, incluso, en el crimen organizado y el narcotráfico, en vistas a la planificación de sus operaciones y objetivos. El propio término “crimen organizado” contiene ya esa siniestra y psicopática alianza entre la barbarie y dicho intelecto que planifica y calcula racionalmente en vistas a la obtención de resultados inmediatos y la consolidación de sus intereses corporativos.
Ciertamente se trata de un pensamiento, pero está habitado como por un vacío que lo hace incapaz de pensar hasta sus últimas consecuencias espirituales y morales, más allá de su cortoplacismo, dado que su referente no es la justicia, sino la conveniencia, la ventaja y la ganancia, a costa de lo que sea. El avance regresivo de este pensamiento que no piensa, de este pensamiento sin alma, como parte de la brotación de una siniestra instintividad sin espíritu, es parte del mismo proceso de disolución que se hizo abiertamente manifiesto en octubre de 2019.
El actual Proceso Constituyente en desarrollo depende necesariamente del marco jurídico e institucional determinado por la Constitución de 1980. En consecuencia, aquél prolonga su impronta barbárica. Está por verse si la Convención Constitucional será o no capaz de superarla desde dentro. Sus inicios se muestran poco auspiciosos, con escasas excepciones: desorden, luchas intestinas por el poder, ignorancia, irracionalidad, vulgaridad, autocomplacencia, despilfarro de recursos, silencio o abierta elusión respecto de la escalada de la violencia en curso y el avance del narcotráfico, y descarada validación del derecho de los delincuentes “a manifestarse como delincuentes”7. Tales inicios y sus prolongaciones, tendientes a la descomposición y el estado de inconsciencia, coinciden con las pretensiones refundacionales megalómanas de algunos de los convencionales, en términos de “descolonización” e, incluso, de “reeducación”, y con sus ansias depredadoras de instalación como “poder constituyente”, más allá del marco preestablecido por la vil e infamísima Constitución de 1980.
Entonces, considerando estos ánimos refundacionales y descolonizadores, ya en orden a eliminar el término “República de Chile”, ¿cuál será el destino de las lenguas y estudios clásicos? ¿Qué será de obras como la República de Platón, consideradas entre los pilares de la cultura occidental? ¿Qué harán las universidades con sus burocracias y su “capital humano avanzado” al respecto?
Cabe, por lo demás, preguntar si la Convención Constitucional tiene una auténtica estatura moral y espiritual y una nobleza que la hagan digna de respeto, como para superar el origen barbárico de la Constitución de 1980, cabalmente la única refundación habida hasta la fecha en la historia reciente de Chile, mal que le pese. O si lo que viene incubándose, desde antes del principio, es otra variante del espíritu fascista —conforme a la expresión de Armando Uribe y el siciliano Leonardo Sciascia8—, desplegado durante la postdictadura en proporción a la obscena impunidad reinante, intensificada en coincidencia con el actual proceso de disolución y expandida como la peste.
En último término, ¿qué los separa del “poder”9 que pretenden impugnar? ¿Es que en verdad piensan? Y, más allá de la Convención Constitucional, ¿es superable el origen barbárico de la Constitución de 1980?
Velásquez afirma:
Hay modos diferentes de malos regímenes políticos, pero en su grado superior, una sola es la justicia frente a una injusticia siempre diversa.10
Esa justicia única en su grado superior se refiere a la Idea del Bien. La existencia de un gobernante justo y sabio exige que éste haya sido educado en la filosofía entendida como ciencia basada en la teoría de las Ideas, cuya culminación es la visión del Bien absoluto. Tras ese arduo proceso, presentado a través de la alegoría de la Caverna, el filósofo rey gobernante debe volver al mundo sensible, de suyo sometido a la precariedad, caducidad, descomposición y ruina, las cuales también se manifiestan a través de las diversas formas de la injusticia, con el fin de instaurar allí las virtudes cardinales y el orden cuyo referente último es dicho Bien absoluto. Velásquez afirma que el filósofo rey gobernante es “como un sol que retorna de la luz a la oscuridad”11, cuya dýnamis politiké, su poder político, se funda en “la capacidad ya establecida del Bien de dar inteligibilidad y existencia a las realidades ideales”12.
La disposición al ejercicio del poder acaba manifestándose como la pasión más depredadora, destructiva y barbárica de todas. Por eso, debe ser educada, a fin de encauzar su fuerza interna en direcciones constructivas, nobles y elevadas. Para Platón, la paideia libera a los prisioneros en la oscura Caverna, atrapados en su estado de ignorancia identificado con el mal13. De ahí la necesidad de que el filósofo rey gobernante haya contemplado la Idea del Bien, a fin de que éste actúe con sabiduría, tanto en la vida pública como en la privada.
Una reflexión acerca del crítico momento en que se encuentra Chile, a partir de estas consideraciones, muestra el profundo abismo en que éste ha ido hundiéndose paulatinamente. El dudoso Proceso Constituyente, la escalada de la violencia, la obscena expansión del narcotráfico y el crimen organizado, la destrucción de la educación cuya única direccionalidad pareciera ser el mercado con sus algoritmos y la reproducción de mano de obra barata, el confinamiento de las humanidades al desempeño de un rol superfluo y prescindible controlado desde el productivismo académico en serie, y la creciente disolución y corrupción del ámbito institucional desde dentro, son muestras de un colapso tal vez inminente.
Ciertamente hay personas valiosas en Chile, pero nadie digno de ser gobernante, nadie capaz de desarrollar una fuerza interior y un espíritu superior y generoso que encarnase ese lúcido y consciente sentido de la justicia basado en un principio trascendente a lo humano, ni menos aún formado en ese difícil horizonte interior y metafísico con todos sus rigores. Pues no todo se reduce a una “construcción social” mecánica y exterior, o a la moda; ni a una arbitraria, mágica e instantánea “construcción de realidad” a través del lenguaje, sin más referente que él mismo, ajeno ya a toda metafísica y sentido espiritual; ni a la triunfalista declaración de la muerte del sujeto, ni a impostadas y cobardes “danzas sobre el abismo”, ni a barbáricos procesos sociales en que la conciencia individual, entendida como mero epifenómeno del cuerpo y sometida a un materialismo obtuso, es triturada en identidades, pertenencias y colectividades indiferenciadas y oportunistas, pero incapaces de hacerse cargo de sus decisiones y sus consecuencias y, por lo mismo, siempre prestas a convertirse en hordas.
El futuro es ahora más incierto que nunca, debido a la peligrosidad y descomposición ya instaladas en todos los niveles de lo privado y lo público. De ahí la imperiosa necesidad de recuperar y atender seriamente lecturas y estudios de clásicos como la República de Platón, realizados por mentes capaces de elucidar sus claves profundas, desde su propia voz, madurada en el curso de toda una vida para el momento presente, una de cuyas luces es Óscar Velásquez.
Valparaíso, agosto-septiembre 2021
Versión original leída para la presentación del libro Politeia. Un estudio sobre la República de Platón, del profesor Óscar Velásquez. La actividad fue organizada por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, el Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y el Centro de Estudios Clásicos “Giuseppina Grammatico Amari” de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Participaron también Renato Cristi, el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades Carlos Ruiz Schneider, y María Eugenia Góngora como moderadora. Agradezco especialmente a Joaquín Trujillo Silva por su invitación.
Óscar Velásquez, Politeia. Un estudio sobre la República de Platón. Asociación Cultural Diadokhé, Santiago de Chile, 2021, p. 11.
Véanse los “Temas de Estudio”.
Velásquez, op. cit., p. 3.
Op. cit., p. 23.
Op. cit., p. 85.
“Todo lo que sufre destrucción es aniquilado por un mal o una enfermedad que le es propia y específica, siendo indestructible aquello que no puede ser aniquilado de esa manera. Ahora bien, el vicio (πονηρία) es el mal peculiar del alma; y en lo que respecta al cuerpo, es la enfermedad la que lo destruye. Los dos males, entonces, respectivos del cuerpo y del alma son la enfermedad y el vicio”. “(…) prácticamente todas las cosas (además de tener su propio bien que las preserva y beneficia) poseen un mal congénito que las conduce a su obligatoria disolución posterior. Esta es la enfermedad propia, el ‘mal peculiar’ (X 609d 1), el único que en último término puede destruir esa cosa específica”. Op. cit., p. 90.
Cf. Armando Uribe Arce / Miguel Vicuña Navarro, El accidente Pinochet. Sudamericana, Santiago de Chile, 1999. Armando Uribe, Carta abierta a Patricio Aylwin. Planeta, Santiago de Chile, 1998.
“El otro—o los otros, los grupos—te sale al encuentro o se te echa encima con sus chantajes ideológicos, con sus sermones, sus prédicas, sus anatemas, y tú sientes que también son amenazas. Desfilan con banderas y consignas, pero ¿qué los separa del ‘poder’?”. En Furio Colombo, “Todos estamos en peligro. Entrevista con Pier Paolo Pasolini”. Publicada en el suplemento Tuttolibri, periódico La Stampa, 8 de noviembre de 1975. En Pier Paolo Pasolini. Palabra de corsario. Círculo de Bellas Artes de Madrid, 2005. Traducción española de Andrea Perciaccante, pp. 308-309. Última entrevista ofrecida por Pasolini, horas antes de ser asesinado.
Velásquez, op. cit., p. 87.
Op. cit., p. 33.
Op. cit., p. 60.
“El estado original de los hombres que habitan esta ‘cavernosa vivienda subterránea’ es el de ‘ineducación’ (apaideusía). La falta de educación en ellos se caracteriza por su condición de ingénita: porque están en ella ‘desde niños’”. Op. cit., p. 74. “(…) la capacidad de nuestra alma de mejorarse ella a sí misma. Esta capacidad se revela al emprender ella el camino que la conduce, mediante la educación, a la luminosidad exterior de la caverna, y su eventual retorno a la oscuridad. En esa misma teoría psicológica de la condición humana y su posibilidad de degenerar por el vicio y la maldad, se sostiene la visión platónica”. Op. cit., pp. 88-89.